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El templo parroquial

domingo, 24 de septiembre de 2017

EL COLEGIO SAN PIO X



Creado en Sábado, 16 Mayo 2009 14:31
Lo escribí en mayo del 2009… Este artículo es un pequeño homenaje, en sus 55 años,  al colegio donde aprendí a leer, a escribir y a tenerle miedo a Dios y al Diablo.
A Chipaque llegó en 1952 un nuevo párroco a reemplazar al doctor Carvajal (nunca me expliqué porque lo denominaban así). Los liberales descansaron pensando que “escoba nueva barre bien” y porque el cura saliente era un conservador cerrero que odiaba todo lo que oliera a liberal y no lo  disimulaba. En un pueblo de mayoría conservadora esto era muy bien visto y cuantas medidas tomaba monseñor Carvajal (que así también era llamado), eran aplaudidas por los feligreses.
El curita recién desempacado se llamaba Aquilino Peña Martínez (RIP) y, desde su llegada, demostró un marcado interés por la educación de los niños. También dejo entrever un carácter enérgico en cuestiones religiosas y cierto gusto por las manifestaciones artísticas. Por esos años los varones debían estudiar en las escuelas primarias del estado, tanto en la zona urbana como en el campo, pero las niñas y las señoritas de cierto relieve social, tanto del pueblo como de la comarca, estudiaban en el Colegio de la Presentación, regentado por monjas de dicha comunidad. Por supuesto, sólo damitas de cierta categoría social tenían acceso a la educación con las hermanitas.
El padre Peña, en vista de que los varones de algún relieve social o económico carecían de un establecimiento educativo, en buena hora decidió iniciar un colegio parroquial con el nombre del Santo padre de su devoción y fue así como, con cinco niños, comenzó el Liceo Parroquial San Pio X en el año de 1953. Sé el nombre de tres de ellos y creo que aun viven pero lejos del pueblo (lo mismo que la mayoría de los habitantes nativos del terruño de esos años): Oscar Rodríguez Ángel, Nelson Díaz y Miguel García. Los otros dos se me perdieron en los laberintos de la memoria.
En 1954, el Liceo abrió sus puertas a todos los niños cuyos padre tuvieran con que pagar la pensión y costear los uniformes (en las escuelas públicas la educación era gratuita y no se exigía uniforme). Este es el año que se considera para la celebración del 55° Aniversario porque comenzaron a funcionar dos cursos y el cura inició los trámites de la aprobación. Una de las profesoras era la Señorita Bernarda, hermana del sacerdote, y la otra mi tía abuela Ricarcinda Angel. Este año ingresé yo al colegio y recuerdo la mayoría de compañeros (sólo éramos doce en mi salón y diez en el otro).
Cada año aumentaba un curso en el colegio según los niños iban adelantando, así: el primer año kínder y primero; el segundo año se agregó segundo grado y así hasta 1960 que inicia el bachillerato con primero de bachiller. Hasta ahí llegué yo porque mi madre tuvo el privilegio de ganar una beca para uno de sus hijos en un internado y, como yo era el mayor y el menos problemático de los nueve que tenía por esa época, por derecha me desterró seis años en Zipaquirá. Sería dispendioso y fastidioso para la mayoría de lectores rellenarles esta crónica con todos mis condiscípulos, pero si puedo nombrar algunos destacados (por ser mis primos o mis amigos) y los profesores que me enseñaron a ser un buen ejemplo… por el camino de la vida se me olvidó.
Recuerdo al profesor Abelardo Sastre, sobrino del cura (después descubrí en la Normal de Zipaquirá que era egresado de allí); al profesor Jaime Mendieta, excelente matemático que se eternizó en el pueblo y protagonizó algunos de los chismes sabrosos; al profesor Miguel Romero que desempeñaba tres funciones: Secretario de la parroquia, cantor de la iglesia y profesor de música del Pio X. De él recibí las primeras lecciones de solfeo y participé del primer coro de mi vida. Otra función que ejercía, antes de que se me olvide, era la de administrar la música de los domingos y festivos por os altavoces de la iglesia y durante los bazares del colegio. Recuerdo algunas piezas musicales que se me gravaron a fuego en la cabeza: Funiculí, Funiculá, La donna inmovile, Campanero… y cinco o seis cánones a cuatro voces, con participación de las niñas de la Presentación.
En el Liceo Pio X estudiaron mis primos Jorge Z Baquero Ángel y  Carlos Ángel; de los más conocidos aun en el pueblo Deogracias Baquero Mora, Carlos Hernández, Carlos Von Walter, Chávez, Fabio Bonilla, los hermanos Carrillo y yo. Cuando en el pueblo lean esta crónica van a pegar un brinco pero es que no hay cama para tanta gente y estoy refiriéndome a los fundadores. Por supuesto durante los siguientes años llegaron niños de las poblaciones vecinas y de los Llanos Orientales de Colombia que se hospedaban en la casa cural en calidad de internos.
La gran diferencia entre los colegios y las escuelas era que en los primeros no había castigos físicos y se limitaban a imponer planas eternas con frases como “Debo portarme bien en el salón”, “No debo comer en la iglesia”, La pared y la muralla son el papel de la canalla”, “Dios es Santo, Santo, Santo” y una cantidad de fórmulas de buen comportamiento y buen decir que ayudaron a mejorar la letra y a maldecir de pensamiento. Este artículo lo escribo porque algunas personas del pueblo, con las cuales tengo contacto, aun después del tiempo y la distancia, me preguntaron que si yo era de los fundadores y al responder afirmativamente me solicitaron un escrito para aclarar algunas dudas sobre los primeros años de la institución que hoy, por azares del destino, se transformó en Colegio Departamental San Pio X, funciona en un edificio propio (nosotros estudiábamos en salones dentro de la vetusta y agradable casa cural), ofrece toda la educación básica y gradúa bachilleres con todos los requisitos de la ley.

En otros artículos he narrado acerca de la idiosincrasia de los pobladores de Chipaque, cambiando los nombres, claro está, y sin nombrar el pueblo, pero conservando ese picante de los habitantes de las poblaciones de provincia. En caso de alguna duda o por curiosidad (los hijos y nietos de los fundadores del colegio), pueden dirigirse a edgarosiris310@gmail.com. En este correo puedo ampliar la lista de estudiantes y contar anécdotas de esos años lejanos, si creo que no hago daño a los protagonistas, después de tanto tiempo. A muchas personas no les agrada que les desentierren el pasado. En igual forma me reservo el derecho de callar lo relacionado con los compañeros de clase que ya se fueron de este mundo.

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